Cuando hablamos de innovación, pensamos en Silicon Valley. En Finlandia. En Alemania. O en el Reino Unido. Lo mismo ocurre con la innovación social. La innovación que aporta un valor añadido a toda la sociedad al encontrar nuevas soluciones para viejos problemas: pensamos que en el extranjero hay más y mejor que en España.

¿Contamos en España con los mecanismos para que las innovaciones exitosas dejen de ser anécdotas locales y se implanten a gran escala? ¿Qué comunidades autónomas están invirtiendo más recursos en hacer de la innovación la base del bienestar social y económico?

Esto es lo que ha querido medir en su Informe 2018 la Fundación Cotec para la innovación, que desde que la fundación Ashoka ocupó su vicepresidencia en 2015, incluye cada año un capítulo dedicado exclusivamente a la innovación social.

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Y en España sobran los ejemplos. Aquí trabajan personas como Viviana Waisman, que da visibilidad a litigios estratégicos para asegurar una perspectiva de género en la justicia; David Cuartielles, creador de clases de tecnología y robótica al alcance de toda una generación de niños y niñas; Luz Rello, que ha roto el tabú de la dislexia en la infancia; Nacho Medrano, impulsor del “Google” del diagnóstico médico; o Rafael Matesanz, el responsable de que España sea, con diferencia, el país líder en el mundo en donaciones de órganos.

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