En la Galicia rural de los años 90 las cosas no habían cambiado tanto con respecto a décadas anteriores, los avances tecnológicos no habían llegado. Mi familia trabajaba el campo y los niños/as ayudábamos en las tareas.  Cuando yo era niña para ir al colegio nos recogía el autobús a unos 16 chiquillos de la aldea.  En la comarca Xalleira empecé mi curso de infantil con 4 años. Los profesores le decían a mis padres que era muy trabajadora, todo lo hacía bien. Aunque habían observado que me acercaba mucho al papel. El oftalmólogo que me revisó en el hospital dijo que no tenía nada. Más tarde comprendería que la mala praxis de ese profesional tendría un impacto devastador en mí. El problema comenzó cuando las letras empezaron a rondar por mi cabeza.

Recuerdo perfectamente cuando empezábamos a aprender a leer con Dña. María, tendría sobre 6 años. Para ello utilizábamos las cartillas de lectura de Palau. Ahí comenzaron las risas, no era capaz de leer tan bien como mis compañeros/as.

Dña. María que me acompañaría en 1º y 2 º de Primaria, nos hacía levantarnos de uno en uno a su mesa para leer en voz alta. No era capaz de leer como mis compañeros y se reían. Entonces me bloqueaba y comenzaba a tartamudear. Dña. María hacía que fuera a su mesa más veces para mejorar mi lectura.  A parte, de la lectura, me sentía insegura y al hablar tartamudeaba y era peor cuando se reían.

Tardaría años en poder hablar sin tartamudear. Hasta que mi hermana mayor empezó a estudiar logopedia y con todo su amor me dijo: – cuando empieces a hablar, utiliza la mano para dar golpes en la pierna y así regular la velocidad de las palabras. Lo hacía de forma discreta para que nadie se diera cuenta.

Para leer mejor comencé a aprender de memoria las frases de la cartilla para ir igual de rápida. Cuando mis compañeros/as salían a la mesa de Dña. María yo miraba la página y repetía las frases para memorizarlas. Al igual que en casa cuando mi hermana me decía esto se lee así – mi mamá me mima- . Este método funcionó un par de clases, pero Dña. María se dio cuenta. Cuando ya conocíamos las letras, empezaron los dictados en voz alta. Esto aún era peor que la lectura. Las palabras sonaban en mi cabeza, pero confundía las letras y escribía todo al revés. Fue entonces, cuando volvimos al oftalmólogo ya que los docentes decían que no debía de ver bien.

Resulta que con sólo siete años, en el oculista volví a emplear mi método “la memoria”. La Dra. Consuelo estaba desesperada ya que las pruebas indicaban que no veía de un ojo, pero cuando me realizaba el test de agudeza visual mediante diferentes optotipos con letras, números, dibujos, etc. Lo realizaba bien. Me llevaba a las consultas de sus compañeros de profesión y les decía – os traigo a “Chicho terremoto”- No estaba sentada ni medio segundo. Tardó varias revisiones en darse cuenta que mientras esperaba, paseaba por el pasillo y miraba para las consultas. Dedujo que me las había aprendido de memoria. Ese día me llevo a una sala cerrada y me hizo entrar con los ojos vendados. ¡Bingo! no veía nada y la prueba dio positiva “ojo vago con más de 16 dioptrías  de miopía”.

Esto conllevaba a que debía llevar gafas y un parche en el ojo sano, para forzar al ojo vago a ver. No podía ser, se iban a reír aún más de mí.

En 3º de Primaria, las dificultades se hicieron más evidentes. Entonces le plantearon a mi madre que debía ir a un logopeda que consultaba en  el Hospital General para una evaluación. Recuerdo que me hizo un montón de preguntas qué no comprendía. El resultado fue que en el colegio debería ir a clases de apoyo.

No comprendía lo que eran las clases de apoyo. Hasta que un día  me dijeron que no podría ir a clases de inglés y gimnasia, porque tenía que ir con la profesora de educación especial. En esa clase estábamos sobre 5 niños cada uno con problemas diferentes. Tenía que hacer ejercicios con las letras. En esa clase estaba a gusto, ya que no había risas ni burlas.

No sé cómo llegó a suceder, pero de una niña trabajadora con Dña. María había pasado a ser una niña vaga y traviesa. En casa no hacía los deberes me dedicaba a jugar a las muñecas, a las Barbies, a cantar y a bailar. Me sentía bien jugando yo sola en casa. Ya que en los recreos lo pasaba mal, era la tonta, tres ojos y la burra de clase.

De repente, alguien había decido por mi apuntarme a las clases de costura durante los recreos. Mi hermana mayor ya llevada años acudiendo y había realizado manteles, tapetes de ganchillo e incluso mantelerías.

Esto fue para mí un alivio, en un primer momento, pero cuando tardaba más tiempo en coser  Dña. Eulalia me decía – no llegarás a hacer las cosas de tu hermana-. Mejor, escuchar a Dña. Eulalia que a los niños en el patio. Con horas de trabajo realicé cosas de costura, entre ellas unos cojines rojos bordados en punto de cruz. Hoy adornan mi salón y me recuerdan lo mucho que me había esforzado.

En casa, por orden de los profesores, mi madre me castigaba en la habitación para que hiciera los deberes. Como no quería llevarlos hechos para evitar que me preguntarán y no salir al encerado, pues estaba toda la tarde tirada en la cama contando los puntos de la pared.

Así transcurrió todo 3º y 4º de Primaria. Don Grille al final me ponía todo aprobado, según pude escuchar alguna vez, era porque le daba pena. Durante esos años los dictados eran un infierno, no comprendía las palabras que me decía Don Grille. La profesora de apoyo le explicó a mi madre que confundía los fonemas /m/ y /p/; /d/ y /t/;  /g/ y /j/.

Cuando pasé a 5º de Primaria, me tocó una profesora muy exigente, Doña Nieves. Años más tarde comprendería todo lo que hizo por mí. Me sacaba todos los días al encerado para hacerme corregir los deberes que había mandado para casa. Cuando no los tenía hechos me gritaba e incluso una vez me dio en la mano y con su uña me hizo sangre. Aun así me decía – pues los vas hacer ahora delante de todos- Durante un mes entero estuve saliendo al encerado todos los días. Me comparaba con mi hermana mayor, reforzándome positivamente que yo podría ser igual de estudiosa sólo tendría que desearlo.

Iba temblando a clase, pero como no quería quedar en ridículo pues hacía los deberes. Recuerdo que me explicaba – no importa que los deberes estén mal hechos, lo importante es traerlos -. Después de ese mes, comencé a estudiar como nunca y a esforzarme mucho.

Los dictados eran mi pesadilla todo estaba marcado en rojo y me avergonzaba. En quinto nos enseñaron lo que era un diccionario y a buscar palabras. No era buena buscando en el mismo, porque cuando la profesora decía las palabras en voz alta me llevaba mucho tiempo. Normalmente, confundía las letras si la palabra empezaba por los fonemas citados.

El diccionario fue mi salvación no sólo en primaria sino en los años posteriores. Llegaba a casa y me aprendía palabras del mismo. De tal forma que cuando hacía el dictado en clase, en aquellas palabras que dudaba las ponía a lápiz. Luego en el momento de repaso escribía en el margen como las había aprendido del diccionario, aplicaba la “memoria visual”.

En quinto me esforcé al máximo. Aun así no conseguí aprobar inglés. Fue la primera vez que lloré por haber suspendido. Dña Nieves, le dijo a mi madre (yo escuchaba detrás de la puerta) que no me riñera que me había esforzado mucho. Le comento que pasaría para 6º por lo trabajadora que era, pero que con mis dificultades sería imposible que consiguiera superar la Educación Secundaria Obligatoria (ESO). Esas palabras me hicieron mucho daño, ya que había trabajado mucho.

En 6º de Primaria, con mucho esfuerzo y muchas horas de estudio en casa, el curso finalizó con todo aprobado. El truco de aprender palabras del diccionario estaba funcionando. Leer en voz alta para comprender lo que leía también me ayudaba para mejorar las lecturas comprensivas. Recuerdo que tenía que leer entre 2 o 3 veces el mismo texto. La profesora Dña Amalia le dijo a mi madre que  había mejorado mucho.

Pasar del colegio al instituto fue un alivio, ya que tendría profesores y compañeros/as nuevos y nadie sabría mi problema anterior. Durante los años de la ESO estudié, me esforcé y pasaba horas y horas en mi habitación. El inglés seguía siendo un hueso duro de superar.

Recuerdo en primero de la ESO cuando mi madre y familia vieron las notas, todos sobresalientes menos inglés con un bien, me felicitaron por ello. Aun así, tenía que emplear más horas de estudio y los exámenes me llevaban más tiempo que mis compañeros/as. Lo que conllevaba que, a veces, me quedaran algunas preguntas sin contestar. Me daba mucha rabia ya que no todos los profesores me daban más tiempo.

Años más tarde, ya de adulta comprendería que al ver de un sólo ojo y con las dificultades de lecto-escritura necesitas más tiempo que el resto de alumnos. Mi diversidad funcional no me supuso una ventaja académica sino todo lo contrario.

Finalicé la ESO con buenas notas, fue el mejor verano de mi vida, había conseguido sacar el título. Fue maravilloso, no era tonta y podría ir a la universidad. Ese verano me relajé, disfruté de las fiestas de verano y de la playa.

En bachiller, al igual que los otros años  me llamaban “la rara”  y “la chapona”. Mientras todos se divertían yo pasaba más tiempo en la biblioteca que el resto. Justo antes de la selectividad, la profesora de inglés me quería suspender la asignatura  y que fuera en septiembre a selectividad. Recuerdo que todos los profesores me apoyaron. Mi tutora del curso me dijo – no te preocupes que en la junta de profesores no vamos a dejar que te suspenda-.

Ahora, ya de adulta creo que esa profesora no tenía empatía por nadie y le gustaba hacer daño. Ella veía que me esforzaba el triple que el resto, pero aun así cuando me mandaba leer las frases en inglés en voz alta era la primera en empezar a reírse por mi pronunciación.

En las asignaturas de ciencias sobre todo biología y química mis notas eran de sobresaliente. En francés había conseguido una beca para ir todo el verano a Francia. Por motivos personales me fue imposible vivir esa experiencia. ¡Me sentía orgullosa! Mi abuela me decía que no estudiará tanto que aprobaría igual.

Gracias a buenas personas, puede ir en junio a selectividad. Mientras todos se divertían yo estudiaba, sobre todo inglés y filosofía. En esta última asignatura, la profesora me había machacado moralmente durante dos años que no sabía hacer comentarios filosóficos. La selectividad me salió bien, en filosofía un 9 y en inglés un 7,5. Lo recuerdo como si fuera hoy, todo el esfuerzo había merecido la pena.

Mi familia, sobre todo mi madre y mi abuela me decían que trabaja mucho y que no estudiara tanto, que eso me hacía daño en la vista. Me comparaban con mi hermano mediano que estudiaba viendo la televisión y aprobaba todo.

Cuando aprobé la selectividad fui a ver a mis antiguos profesores de primaria, Don Grille, Doña María, Doña Nieves… y todos me felicitaron y me dijeron que no contaban con que pudiera sacar el bachillerato y mucho menos entrar a la universidad. ¡Estaban sorprendidos! A todos esos niños/as que están en una situación similar, les quiero decir a sus profesores: nunca le pongas límites a un niño no sabes lo que su mente es capaz de hacer.

Empecé la carrera de Terapia Ocupacional, nuevamente comenzaron mis problemas con las letras. Para coger apuntes eran palabras nuevas del ámbito médico que nunca había escuchado. No pasaba nada tenía capacidad para adaptarme. A mis compañeras no le pasaba los apuntes por vergüenza a que vieran lo mal que escribía algunas palabras (nunca le dije a nadie que había tenido dislexia de niña). Por este motivo, las relaciones sociales no eran mi fuerte, ya que pensaban que era egoísta o quería destacar. Llegaba a mi casa y las buscaba en internet para escribirlas correctamente.

Un día una compañera vino a mi casa para que le explicara Anatomía y Fisiología y vio que tenía la palabra “aguja” mal escrita. Al coger rápido los apuntes, no  me daba tiempo a pensar en las letras. Pero a diferencia de primaria, no se río y me dijo cómo se escribía. Desde aquel día paso a ser una buena amiga que me acompaña en todas mis locuras, sobre todo cuando hago mil cosas al mismo tiempo.

Antes de finalizar terapia, realicé simultáneamente un Máster en Investigación. Finalizando todo en junio. Cuando acabé la carrera ya empecé a trabajar de terapeuta ocupacional.

Con mi amiga de aventuras universitarias empezamos Enfermería. Al trabajar no podía ir a clases,  estudiaba desde casa y con videos de YouTube. Sólo iba a las obligatorias y a los talleres prácticos. El último año de enfermería, cursé el Máster en Educación Secundaria, la especialidad de Formación Profesional.

Como os podéis imaginar era una locura, estaba haciendo tres cosas a un mismo tiempo. Tenía un súper horario y los veranos me los pasaba haciendo las prácticas en el hospital.

Actualmente, estoy cursando la especialidad de Enfermería en Salud Mental y me gustaría dedicarme al ámbito infanto-juvenil. Para ayudar a todos esos pequeños valientes que luchan ante las adversidades. Además,  tengo varias publicaciones en el ámbito de la Demencia tipo Alzheimer y un cuento infantil “La Dama de los recuerdos”.

Hace unos meses fui a dar una charla para orientar a las estudiantes de último curso sobre las salidas profesionales y hablar de mi última publicación, compartiendo mesa con investigadores de reconocido prestigio. Ahí estaban mis antiguos profesores de primaria, me dijeron – todo lo que has trabajado y a dónde has llegado, quien lo iba a decir de ti con la mal estudiante que eras-

 Con esfuerzo y dedicación todo se puede. Tener dislexia me supuso un afán de superación y una lucha en solitario contra las adversidades.

A día de hoy la dislexia forma parte de mi vida. Gracias a mi buen amigo el diccionario, que ahora se ha modernizado y es digital, juntos superamos todas esas palabras que nunca hemos escuchado.

Es la primera vez que cuento mi historia con Mi amiga invisible la Disléxica. Juntas superamos adversidades y decidimos no contárselo a nadie para evitar las burlas u opiniones sobre algo que la mayoría no iba a entender. Dejamos primaria atrás y decidimos que  nadie sabría nuestro secreto.

A todos los niños/as que mañana serán adultos, os grito: ¡no os rindáis! Mirad dentro de vosotros y encontraréis las respuestas para seguir. Encontrad vuestra adaptación que os ayude en el camino.

A sus padres, darles apoyo y no dejéis que las etiquetas sociales que pongan a vuestros hijos “disléxico, TDAH, trastorno de adaptación” os hagan decaer.

Los niños son mentes maravillosas, con una plasticidad neuronal infinita. Nadie sabe la neurotransmisión que puede llegar a realizar sus neuronas y hacer magia.

 

Deseo que esta historia vuele como el viento, suene como las olas y hable como los loros, para que llegue a todos los niños del mundo.

 

Beatriz Rey Mourelle

 

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