Mi hijo Sergio fue a una guardería en la que era incapaz de jugar en grupo: cuando llegaban dos niños, él se marchaba porque prefería estar solo. Y al finalizar su educación infantil, con cinco años, la lectura le costaba más que al resto y a veces confundía algunas letras. Por eso la directora de su colegio me dijo que podía ser disléxico.

Yo no sabía mucho sobre la dislexia, así que llevé a mi hijo al psicólogo del centro. Y él me dijo que no debía preocuparme porque Sergio no tenía dislexia, sino que sencillamente era algo inmaduro. Para superar sus problemas, le recomendó que rellenara fichas de refuerzo para el aprendizaje.

SIGUE LEYENDO EN VERNE (EL PAÍS) AQUÍ

 

PRUEBA EL TEST GRATUITO DE DISLEXIA

CUADRO_clipped_rev_1 (2)