Cuando tenía cincuenta años, era entonces profesor de Tecnología en un instituto de
secundaria, tuve la suerte de conocer a un joven compañero de música que llegó al
claustro de mi Centro. Yo siempre fui muy aficionado a la música desde joven, tocaba
algo la guitarra y otros instrumentos musicales que caían en mis manos, pero la vida
y el trabajo me fueron apartando de ella, y en aquel momento la tenía como algo
para escuchar sin darle mayor protagonismo.

Este nuevo compañero me invitó a participar en un grupo para cantar polifonías
sencillas y, después de vencer mis reticencias por creerme incapaz de hacer esto, me
incorporé al coro incipiente.

La primera cosa que puso en mis manos en el grupo fue una partitura de coro, con
cuatro pentagramas, uno por voz, donde aparecían las notas a dar y la letra a cantar
bajo las notas. Siendo joven hice un intento de aprender a leer una partitura por mi
cuenta, pero terminé desistiendo. En esta ocasión, el director del coro nos leía la
música escrita la música, que iba aprendiendo de memoria, y la partitura me servía
exclusivamente para tener a la vista la letra. Pero esta situación no era asumible para
mí, así que empecé a tomar clases de piano, que a su vez me serviría para estudiar en
casa las partituras, y así comenzó un nuevo camino musical desde entonces.

Unos años más tarde me matriculé en el conservatorio de mi ciudad para estudiar
trombón. La lectura de partituras no iba bien, pero ya era capaz de interpretar su
significado si lo hacía tranquilamente y solo en casa junto a mi piano. También en
aquella época descubrí los programas informáticos de notación musical, y yo era
bastante diestro en el uso de ordenadores y tenía experiencia en programación, que
era una actividad en la que me movía con fluidez, así que aquellos programas me
servían para introducir las partituras y obtener un archivo de audio con el que podía
estudiar cómo sonaban las partituras y con ello estudiar mejor las canciones del coro
y los estudios de trombón del conservatorio.

No obstante, en la asignatura de Lenguaje Musical, en la que se estudia la lectura de
las partituras, y a pesar del mucho tiempo que le dedicaba y de la enorme ayuda que
tenía con el programa con el que transcribía las partituras, no iba bien. Sí al
principio, con partituras fáciles, pero cuando se iban complicando observaba que era
incapaz de leer el ritmo y la nota al mismo tiempo. Podía leer cada uno de ellos por
separado, mas no las dos cosas juntas. Y esta misma dificultad la veía también con las
de coro, en las que o seguía el ritmo o leía la letra. Fue entonces cuando empecé a
decir para mí, sin mayor justificación, que era disléxico.

Más adelante dejé los estudios de trombón y comencé los de violonchelo, esta vez
fuera del Conservatorio, con lo que podía estudiar sólo el instrumento y no otras
asignaturas que conforman el currículo en los estudios oficiales. Y fue a raíz de aquí
que empecé a tomarme más en serio aquello que ya me repetía para mí y mis
compañeros del coro sobre la dislexia. Notaba que a veces, con partituras cada vez
más complicadas rítmicamente me iba inventando la letra o el ritmo, dependiendo de
a qué prestase más atención. Yo me decía que no debía de haber otra persona que le
dedicase más tiempo que yo al estudio del lenguaje musical, y me encontraba en las
clases de chelo compañeros de edad no demasiado más jóvenes, que leían las
partituras sin tantos errores, aunque en cambio notase que mi progreso en hacer
sonar el instrumento era mayor, por el mucho tiempo que le dedicaba.

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Y ahí fue cuando abiertamente me dije «Sí, soy disléxico», por lo que me puse a
investigar en Internet para saber los síntomas que presentaba. Buscaba videos y veía
allí retratados muchos de los problemas que había tenido en mi larga vida de
estudiante y que me llevaron a estar cinco años, dos de ellos completos, en un
internado. Toda aquella información que me llegaba me confirmaba mi
autodiagnóstico.

Ya estoy totalmente seguro de él, a pesar de que nunca un profesional me ha
diagnosticado. La lectura de las partituras avanza muy lentamente, aunque ya
entiendo por qué a veces esas hojas de papel me aparecen a ratos claras y a ratos
mucho más largos como enormes galimatías que me impiden interpretarlas al tiempo
que toco mi chelo. En esos momentos soy incapaz de ver nada en ellas salvo líneas y
bolas negras a las que no les puedo dar sentido alguno. Es entonces cuando tiro de mi
fuerza de voluntad y repito hasta memorizarlas. Igual me pasa con las partituras de
coro, cada vez más complejas, en las que si tengo que seguir la línea melódica soy
incapaz de ver las letra a cantar. De nuevo aquí la memoria.

Tras ver un video de Luz Rello decidí ponerme en contacto con Change Dyslexia y
contaros mi experiencia. Y os comentaré un detalle que aprecié en el vídeo, esa
«inseguridad segura» que en varios momentos me pareció notar en ella durante la
charla me recordó sensaciones vividas por mí en muchos momentos de mi vida como
docente. Esa seguridad personal de lo que dices, pero con una entonación que casi
solicita fe al interlocutor para que lo crea. Me vi retratado en ella. Esto es lo que más
me empujó a contactar con vosotros,

Luis G. Redondo