Mónica Fernández estudió Arquitectura. Le gustaba dibujar. Pero antes de acabar la carrera vio que se estaba equivocando de camino. El trabajo de despacho no la atraía. «Me faltaba algo». Entonces le ofrecieron la oportunidad de formarse como profesora, especializándose en entornos desfavorecidos. La idea le atraía. «Cuando estudiaba la ESO sufría por los alumnos que no tiraban». Pero fue en un campus de verano organizado por la fundación Empieza por Educar donde impartió clases a estudiantes de ESO con muchas asignaturas pendientes para setiembre donde lo vio claro. «Fue el primer choque con la realidad de las cifras de abandono escolar e inequidad educativa. Allí se hicieron realidad. Las historias que explicaban los chicos no me dejaron indiferente. Y me convencí que quería trabajar en educación, pero ya no en cualquier sitio».

Desde hace dos años Mónica imparte clases de matemáticas, lenguas, informática y entorno social en la Fundació El Llindar de Cornellà de Llobregat. No es un sitio cualquiera. Se trata de un centro llamado escuela de segunda oportunidad donde estudian alumnos que, por diversos motivos, «no han tenido éxito en la escuela o el instituto» y han abandonado los estudios sin tan solo conseguir el título de la ESO. A Mónica no le gusta el concepto de fracaso escolar, un epígrafe bajo el cual se agrupan este tipo de estudiantes en estadísticas que los convierten en anónimos. Esta profesora tiene claro que la culpa no hay que achacarla a ellos. «El sistema educativo no puede dar respuesta a lo que necesitan estos alumnos y debe hacerlo. Los alumnos no fracasan, es el sistema el que fracasa».

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