Este cuento fue elaborado entre los seguidores de la página de Facebook de Change Dislexia, de forma conjunta y espontánea. 

Érase una vez una niña disléxica que era feliz con tan solo jugar y divertirse con sus amigos.

También necesitaba la aprobación de sus maestros. Pero esto nunca ocurría. Llegaba a casa triste y desanimada. En el colegio, poco a poco, empezó a ver que no entendía a los profesores y sus amigos aprendían muchas cosas que ella no podía aprender. Muchas veces, tanto los profesores como los compañeros, la criticaban y se reían de ella. Llegaba a casa llorando y diciendo a su madre que nunca aprendería como los demás.

El estudio le resultaba muy tedioso de aprender. Su mamá no tenía estudios pero se esforzaba en ayudarla poniéndole profesores particulares, ya que muchos maestros muchas veces la trataban mal por sus dificultades. La niña se esforzaba cada día más y más, pero los obstáculos cada vez eran más grandes. Aun así, ella lo intentaba cada día.

Era sensible y empática, curiosa y despierta. Alegre a pesar de la escuela, donde le decían que se esforzara más, que no se inventara que las letras se movían y los renglones saltaban.

Pero ella nunca perdió la ilusión de leer como sus compañeros. Tenía tantas ganas de aprender que incluso escribía sus propios cuentos. No sabía que era disléxica, más le encantaba escribir, leer poesías y narrar sus propios cuentos, aunque todos se burlaran, ¡ella era única! Gracias a su gran creatividad, las historias y los dibujos parecían cobrar vida al leer aquellas líneas con tanta ilusión a sus hermanos. A veces, incluso necesitaba ayuda de su madre para entender lo que ella misma había escrito, pero nunca nunca dejó de esforzarse.

Ese esfuerzo sería recompensado, a pesar de que muchos no la entendían. Gracias a su madre, nunca se dio por vencida. Y continuó esforzándose.

En su interior una vocecita le decía: Si se puede, yo puedo y voy luchar por mis sueños. Voy a demostrar que los sueños se cumplen. Y que están equivocados. Tal vez lo que todos ignoraban es que, a pesar de todo, la dificultad trajo consigo una fortaleza única, la perseverancia. Y también el auto conocimiento, que le permitió ser por sí misma única, irrepetible, con defectos y virtudes, con derecho a aprender de manera diferente, pero al fin y al cabo, con derecho a ser respetada por su forma de aprender.

A veces no lograba entender lo que pasaba, por qué no entendía como sus compañeros, por qué su maestro la avergonzaba y decía “¿estás tonta o qué pasa?” Pero ella sabía que era muy inteligente y tenía muy buena memoria, que no era tonta. Pero llegó un momento en que se agobió y se preguntó si tanto esfuerzo valía la pena, y se llegó a dar golpes contra la pared para ver si de esta manera le entraban las ideas. Su madre la encontró haciendo esto y la reprendió hasta que lloraron juntas y decidieron ir en busca de ayuda, porque el camino no era tan fácil como le habían dicho.

Un maestro de apoyo le dijo “tienes dislexia”, y desde entonces ella junto a su madre buscaron, investigaron y supieron que efectivamente no era tonta , era un poco distinta a los demás, le costaría más trabajo y tiempo, pero lo lograría. Su autoestima subió, se sintió segura, sabiendo que ella también podría lograr sacar buenas notas, y con trabajo duro lograría leer y entender mejor que sus compañeros. Buscó otras alternativas de apoyo: en lugar de leer para estudiar para los exámenes, su madre le ayudaba a grabar en audio las guías de estudio y así poder reforzar lo que debía aprender para lograr sacar mejores notas. Siempre supo que para sus padres no importaba lo que el maestro dijera, ellos estaban orgullosos de ella porque sabían lo que ella se esforzaba y lo capaz e inteligente que era ella.

Había momentos en que parecía que no se veía la luz, porque a pesar de tener sus adaptaciones por escrito, algunos profesores no las llevaban a cabo. Pero al terminar la jornada y, antes de dormir, su madre siempre le hacía repetir: ¡Mañana será otro día! ¡Mañana será un día genial!

Aprendió que disléxica era lo que era. No era vaga, ni «tonta», ni inmadura. Era trabajadora, inteligente, perseverante y resiliente. Su esfuerzo pocas veces se veía recompensado y sus padres eran los encargados de reforzar su autoestima.

Y aunque no supiera su fecha de cumpleaños, ni que el lunes va después del domingo, ni que las ocho y media es antes que las nueve menos veinte, sabía mucho más que todos sus compañeros (e incluso que muchos adultos) sobre fósiles y tiburones, o episodios de la historia concretos, y guardaba todo tipo de detalle de experiencias vividas, por no decir que sabía de memoria todas las melodías y letras de las canciones que escucha por la radio. El inglés escrito lo veía de una forma que los demás no lo comprendían, sin embargo hablado era superior al resto de sus compañeros. Sobre todas las cosas, era una persona única que era valorada por sus fortalezas, ella era grande y nadie tenía derecho a frenar que alcanzara sus sueños.

Llegó a la conclusión de que con el apoyo de su familia, sus profesores y compañeros no era suficiente, tenía que convencerse de que debía trabajar duro, creer en ella, y afrontar que la dislexia es una dificultad, no una enfermedad como en alguna ocasión le dijeron.

Poco a poco, logró con perseverancia, con acompañamiento y con la mejor profesional, superarse. Era una luchadora que no se dejaba caer, una superviviente de los sistemas escolares que la discriminaban y dejaban de lado. Era imaginativa y brillante en lo que se proponía. Aprendió a entender de verdad su dislexia, se puso a trabajar paso a paso con la ayuda de sus profes y su autoestima fue creciendo.

Un día, un nuevo niño entró en su clase. Era tímido, hablaba poco, procuraba pasar desapercibido y parecía muy despistado… y leía fatal…Ella entendió que algo le pasaba, que su ritmo en clase era más lento, que tenía miedo de hablar por equivocarse… Pero era inquieto y muy curioso y su tenacidad hacia que progresara. Su esfuerzo era extra sobre todo en casa que se pasaba toda la tarde estudiando y haciendo los deberes. Ella le ayudó a que descubrieran que era disléxico. Fue la primera vez que atisbó algo de su destino.

La niña creció, su niñez no fue fácil, pero sabía que tenía que seguir y esforzarse para demostrar a los maestros que no era tonta ni discapacitada, como le dijeron. Al llegar a secundaria, los desafíos aumentaron aún más. Debía seguir luchando por terminar sus estudios, y con la ayuda de sus maestros particulares ella fue encontrando estrategias para estudiar a pesar de que muchos profesores le decían cosas desmotivadoras.

Así, día a día fue una superación constante. Y aprendió que “dislexia” no era su nombre. Aprendió a quitarse el miedo de leer en público y entendió que si quería algo tenía que esforzarse más que los demás, que nunca se debía rendir y que la dislexia aunque parece ser un problema, también es un don. Mamá le enseñó que era un don porque había muchísimas personas como ella, que han brillado a pesar de su dificultad y que si ella se lo proponía ella también podía brillar. Además, era la más creativa de su clase.

Un día en clase y delante de su profe y compañeros dijo «Soy disléxica. Hay veces que me puedo equivocar, ayúdame a corregir mis errores y por favor profe no pierdas nunca la paciencia conmigo. Levantaré muchas veces la mano para preguntarte y te agradeceré que me lo expliques muchas veces.”

Y entonces sus amigos la comprendieron y se rieron mucho con sus chistes de disléxicos. «Los disléxicos también somos persianas».

Tenía tal imaginación que no le costaba expresar su mundo interior a todo aquel que la quisiera escuchar y a pesar de su dificultad para transmitirlo en formato escrito, ella, todos los días, lo intentaba y aunque tenía que corregir de continuo, ella persistía en el intento, hasta que un día supo de un programa corrector de ortografía que la ayudaría en sus relatos y ¡eureca! descubrió que escribía con más seguridad, soltura y ligereza.

También descubrió que la danza le ayudaba a expresar lo que escribiendo se le dificultaba, pues su gran corazón tenía tanto que compartir. Tenía una idea clarísima, conseguiría todo aquello que se propusiera.

Fue viendo el mundo desde otra perspectiva, hasta que se dio cuenta que había un gran sistema que no comprendía a los niños con dislexia. Entonces decidió dejarse fluir para luchar y obtener grandes beneficios gracias a sus fortalezas. La niña convertida ya en adulta sabía que a pesar de seguir luchando, sus fortalezas eran sus mejores herramientas para salir adelante.

Fue a la Facultad y fue todo un desafío para ella. Allí comprendió que todo lo que había vivido le ayudó con su carrera y le motivó a realizar trabajo social y docencia para alentar a cualquier niño a que descubra cuál es su potencial y luche por lo que realmente le gusta.

La dislexia le había marcado, pero hizo de ella su virtud, imaginativa, luchadora, soñadora y sí, disléxica, diferente pero tan igual. Iba avanzando día a día, sacando sus habilidades especiales y luciéndolas, demostrando a todo el mundo el don que se tiene y que nadie entiende. Era capaz con su gran don (la dislexia) de crear y construir cosas que cualquier otro cerebro no era capaz de imaginar.

Nunca… Nunca se dio por vencida… ni aún vencida… cada logro fue su motor… A pesar de todo y todos, conseguiría llegar a lo más alto. Siguió. Y se aventuró en un nuevo reto. Publicaciones en inglés. Fue juntando ilustraciones que ella misma había trazado a lo largo de su etapa de estudiante. Y un día de esos que aparcó todos sus miedos, se decidió a presentarlo en una editorial.

Y ya nada fue igual, porque ella tenía el arma para triunfar. Toda la vida la tuvo y era su constancia. Y todo lo que se proponía, lo lograba.

Sus ideas brillantes creaban cosas que nadie podía imaginar…todos se asombraban de su creatividad, era asombrosa

Y así descubrió que tenía súper poderes porque veía el mundo de forma diferente y eso era divertido.

Se unió a más personas con sus mismos súperpoderes: sus familia, amigos… y crearon una red de apoyo donde tenían que ayudar a todos los niños y niñas que no los poseían… Así fomentaron la creatividad, la resiliencia, la imaginación, la constancia….

Al ponerle nombre a su poder, “dislexia”, se dio cuenta de las ventajas que podía tener, para así explicar y enseñar a otros niños que no sabían sobre su superpoderes a sacar ventaja de ellos.

Y esos súper poderes llegaban a cualquier parte del mundo. Iban ayudar a niños que estaban muy tristes porque nadie los entendía. ¡¡¡Y allí llegaba Superdislex!!!! ¡¡¡Volando por aires a esa casa!!! Entraba a ese cuarto del niño para mostrarle sus fortalezas y a ese niño se le dibujaba una sonrisa muy grande. Superdislex tenía un gran poder para ayudar a otros. Cuando partía dejaba una estela en el cielo llena de  letras y frases. Los disléxicos se volvieron más unidos y así continuó Superdislex por todo el mundo….

Superdislex creció y fue mamá y vio cómo su pequeño disléxico luchaba y vencía la dislexia. Le explicaba que muchas personas importantes en la vida tienen o habían tenido dislexia: inventores, músicos, actores y un gran etc. Y que eso no fue ningún impedimento para ellos para seguir hacia delante. Que los niños disléxicos tienen una Inteligencia extraordinaria que supera todas las mediciones lógicas que se puedan hacer. Y que todo esfuerzo tiene su recompensa. Y no hay nada más reconfortante que ver a un hijo feliz.

Vivía en un país en el que se conocía la dislexia y se trataba y se sabía que era más frecuente de lo que se cree. Por ello tenían medios para detectarla y evitar que los niños sufrieran retraso escolar. Los niños de su clase también sabían esto, igual que saben que no todo el mundo puede jugar al fútbol ni puede dibujar bien, y apreciaban a los niños disléxicos por lo que son, valorando la diversión, la simpatía y el cariño.

Y es que es cierto es que los niños y niñas disléxicos brillan como las estrellas. No hay nada que pueda con ellos.

FIN

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