«Decía la doctora Murena Santos, una de mis muy queridas mentoras, que en la vida hay tres cosas que no se pueden esconder: el amor, el dinero y lo pen… Dejo esta frase para la reflexión, pues la inteligencia es muy venerada, así como lo contrario a la inteligencia, como sea que le llamemos (estupidez, cortedad, incapacidad, ineptitud), es repudiada.
El viejo y conocido refrán dice: “Al buen entendedor, pocas palabras”, y suponemos que las personas inteligentes siempre lo son, y son inteligentes en todo; por lo tanto, los tontos siempre lo son y son tontos en todo.
Involuntariamente, la escuela se encargó de ayudar confirmar este mito, aunque la apertura mental contribuye a que entendamos que no todos podemos ser buenos en matemáticas, así como no todos podemos ser pésimos. Einstein, por ejemplo, para poder desarrollar sus teorías tuvo que superar su dislexia, una discapacidad que provoca problemas de lectura, escritura y ortografía. Un ejemplo clásico es que cambian la letra b por la v, por más que estudien y repitan. Invierten el orden de los números en los teléfonos o en las matemáticas.
Desde la niñez se pueden vislumbrar niños y niñas tontas por doquier: tardan en aprender, aprenden las letras o las palabras al revés. Les cuesta trabajo entender frases pequeñas y peor con los textos largos. Las matemáticas son una pesadilla de profesorado y alumnado… El terrible “ahhhhhh”, coro de hastío cuando la maestra o maestro pide que saquen la libreta o libro de matemáticas. Máxime para los que somos disléxicos.
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Así pues, existen otras diferentes formas de parecer tonto, que son las logopatías (disfunciones del lenguaje) tales como la dislalia, afasia, agnosia, disgrafia, disfasia y otros trastornos. Pero no es menester describir todas y cada una y menos aún a profundidad. En general, me interesa que sepamos que ninguna persona es tonta, sino que todos somos geniales si encontramos la forma. Y ello también depende de que encontremos nuestras debilidades y, ya sea que les saquemos la vuelta y nos dediquemos a otra cosa, o aprendamos a manejarlas.
Como diría Heliot Perez Zavala, gran amigo, “todos somos genios, sólo falta encontrar en qué”. Y yo agregaría que no todos sabemos cómo ser genios. ¿A qué me refiero con esto? Por principio de cuentas, lo importante es el adecuado y oportuno diagnóstico por parte de un profesional. Aunque los maestros reciben capacitación para identificar estos y otros trastornos, no necesariamente cuentan con las herramientas de diagnóstico para diferenciar unos de otros con precisión o incluso para prescribir un tratamiento adecuado.»
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Lee el artículo completo de Gerardo Ocón para Diario de Colima